La gran familia Vega está hecha de una materia que produce música. Eso se ha sabido de la Cuenca del Papaloapan  a la Cuenca del Coatzacoalcos, en gran parte de México y en buena parte del mundo de interés cultural. Desde la quijada de caballo al arpa , desde el tablado al violín , la guitarra de son, el pandero y la jarana, prácticamente todos los instrumentos jarochos en las manos de la familia recobran una vida inusitada.

            Ya sabíamos del talento pero de pronto nos sorprende la nueva sangre familiar, agrupados musicalmente como Los Vega, en tonos muy diferentes. Nueva sangre (vuelta grupal), nuevo aire con aromas de consolidación soplando en el solar de la creatividad al mostrarnos una vena poética que no conocíamos. Al Torito Jarocho le escriben versos de sus propias chirimoyas, y le imprimen un ritmo acompasado y firme que lo conduce hacia el entorno del fandango.

En tonos muy diferentes percibimos que han adquirido madurez y El Cascabel no nos deja mentir ya que exhibe, con su nueva sonaja, el traje de versos que estos jóvenes le acaban de confeccionar a la medida, respetando cabalmente los consejos  de Tío Costilla: “Ni que se pase, ni que no llegue”.

            Sin embargo, este grupo también muestra sensibilidad y respeto, al llevar el son Sanandrescano de El Capotín, al plano del movimiento jaranero con una interpretación muy especial y sentida, al ritmo “empausado” de la tierra de la tuza.

            El contrapunto o diálogo del requinto con la leona en el son de La Morena, la cadencia y consistencia de la Bamba, nos dan cuenta de que éste es un disco para la tarima. Dejan al descubierto que se trata de un grupo que se sabe los secretos del son y que conoce bien la estructura del fandango. Porque los sones tocados así no hacen otra cosa que propiciar el desarrollo de la danza.

Por ejemplo, en el son de Las Poblanas muestran su aspecto rebelde y de compromiso social, haciendo una profunda reflexión sobre el momento histórico que viven y que, a través de los versos de Joel y Rosario, los pone en un punto que no habíamos imaginado. Por su parte El Agua Nieve, con esa atmósfera y esa nostalgia, termina de una vez por revelarnos esta cara distinta de esta agrupación, porque no solamente empalma con La Lloroncita , sino que hacen click verdaderamente en este menor avivado y profundo que se va convirtiendo en fuego lento que no se puede extinguir porque, como decía Lorca, sus elementos vienen “de las últimas habitaciones de la sangre”.

            A través de este disco, en la trilogía final armada con La Manta, El Zapateado y El Siquisirí, Raquel, Fredi, Rosario, Joel (invitado de lujo), Claudio y Quique nos dejan sentir que el son tradicional tiene vigor y porvenir con toda la frescura del rio que retrata las casas de las familias de Boca de San Miguel y Boca del Barco, y con todo el sabor de la franciboca que abre la generosidad de su dulzura a los habitantes de estas comunidades musicales.

Por el sonoro bajial

donde Los Vega crecieron,

las madrugadas parieron

sones , toros y apompal.

Esa tierra musical

de acahuales y crecientes,

entre sus nuevos torrentes

que hace girar por el río,

nos muestra su poderío

en tonos muy diferentes.


– Patricio Hidalgo Belli