Los antiguos sonidos del mañana
Escuchar a Don Andrés Vega Delfín es más que un gran deleite, es la oportunidad de obtener la enseñanza de la profundidad sonora que puede brindar la guitarra de son y, también, el aprendizaje de cómo dialogar musicalmente con el entorno vivido.
Don Andrés es fruto de un árbol de hondas raíces y, por ello, logró sembrar en sus hijos y nietos un profundo amor y conocimiento sobre su tierra. A los 8 años de edad, tocando la quijada de caballo, acompañaba a su padre en los fandangos. Ahora, él encabeza una familia que lleva seis generaciones que han logrado continuar y renovar su legado musical, incluyendo en ese linaje a su abuelo y su padre.
Don Andrés ha sido pilar fundamental en el desarrollo del arte de la guitarra de son y, por ello, es un ejemplo a seguir por los nuevos guitarreros. Por tal motivo su nieto, Fredi Naranjo Vega, tomó la afortunada decisión de grabar este disco en el que se puede apreciar el pulso, la gran sensibilidad y sabiduría del “Güero Vega”, como le dicen familiares, vecinos y amigos.
Las grabaciones de músicas que originalmente fueron creadas para los fandangos, como es el caso del son jarocho, ofrecen registros que a través del tiempo se pueden convertir en importantes memorias sonoras, al dar testimonio del sentir y del conocimiento musical de épocas anteriores. En ese sentido resulta admirable escuchar como cada músico de larga travesía en los fandangos, imprime su propio estilo forjado por las experiencias vividas; en ellos se escuchan las huellas del andar, las dichas y la congoja, los encuentros y desencuentros de ese largo camino recorrido, que en el caso de Don Andrés empezó hace 83 años.
La enigmática atmósfera creada en los fandangos fluye cuando él acaricia su requinto; en un tiempo similar al caer de las hojas de la arboleda que rodea su casa, con un sonido afín al que escapa del rio, su vecino más viejo. Los gruesos dedos del Güero Vega nos hablan del duro trabajo realizado como ordeñador, estibador, arriero, pescador, carbonero y cortador de caña. Con esos dedos ha sembrado semillas para alimentar a su familia, pero al mismo tiempo nos ha sembrado el corazón con dicha y esperanza a todos aquellos que hemos tenido la fortuna de escucharlo.
Su destacada presencia musical la hemos podido valorar en su largo andar con el grupo Mono Blanco. Sin embargo, en este disco se puede escuchar, disfrutar y apreciar la claridad arquitectónica de su improvisación melódica. En una entrevista que en 1994 le hicieran Armando Herrera y Román Güemes en su casa, ubicada en Boca de San Miguel, municipio de Tlacotalpan, Don Andrés comenta: “…no hay porqué decir –no, yo no pude hacerle más a la guitarra…¡No le voy a poder hacer cuando ya no pueda, ya no tenga yo pulso! Pero mientras pueda yo le sigo buscando y le sigo encontrando, porque la guitarra no tiene fin, ningún instrumento tiene fin…”
Con todo mi respeto, cariño y profunda admiración,
– Amparo Sevilla